El Llamado
Mi corazón tamboreaba sacudiendo todo mi cuerpo, mis ojos se resistían a subir cortinas por el lagrimeo que había secado sus pestañas. Muy torpemente mi cuerpo esquelético _alterado por la violación de las leyes_ hizo intento de incorporarse con un temblor imparable; después de tanta batalla, logré mi propósito. Dundo aún, me hallo sentado encogido de brazos cruzados, soportando un tormento espantoso, sobre mi desordenada cama. Mi largo y húmedo pelo apesta a porquería. Mis manos cadavéricas intentan débilmente sostener mi huesuda quijada. Mis ojos a media asta, en un vaivén sin control tratan de perder su mirada frente a un sucio y descascarado espejo que se haya frente a mí, tratando de sintonizar mi rostro pálido y demacrado.
Mi cabeza aún siente el mareo cansado por su vértigo inesperado de un aterrador desvelo de cruentas pesadillas. Mis pensamientos se niegan a asentar pie sobre la realidad presente, esquivando orgullosamente y sin cesar los duros golpes que durante la horrible pesadilla trataron de consumirlos en una depresión sin remedio que mas bien parecía la misma agonía de la muerte.
Son las cuatro de la mañana, signos de experiencias nocturnas me lo dicen, un bostezo se deja escapar en mi reseca garganta, crujiendo toda mi tráquea. Parece estar todo en silencio, la noche aún es demasiada fría y tenebrosa, mi escasa cobija rota, no logra detener la amenaza del ambiente que me abraza a carcajadas. Poco a poco, mis caídos ojos abren paso a la claridad y ante ellos, la realidad les sonríe. Son las seis de la mañana, un tímido rayo de sol se escurre entre las agrietadas paredes de mi cuarto, anunciándome que ya ha amanecido.
Un escandaloso gallo bullanguero y gritón, de repente ha sacudido mi cuerpo caliente y adormecido. De pronto me vi jadeante como un perro, la baba escurría por mi boca semiabierta. Rápidamente removí mi viejo colchón y pronto encontré el pacho de guaro que había dejado guardado en mi último consciente, por si las moscas. Cómo náufrago sediento ingerí tembloroso aquel veneno de destrucción progresiva, respiré profundo y después de un momento perdí la mirada ante una fotografía que yacía colgada de lado, en la pared. Era mi querida Esquipulas, con todo su esplendor de luces vehiculares que adornaban con mil destellos de colores sus calles, efecto mágico que imprimió el fotógrafo Jorge Villeda. De pronto, recordé los Presagios de Edgar Mata y un tic nervioso me hizo reaccionar ante ello y con lagrimeo de vergüenza y cabizbajo miré el envase de guaro caído a mis pies. Todo parecía ir a la Deriva, como expresaba el Prof. Alfonso. Entonces comprendí que las Huellas del Destino de Guilver Salazar habían hecho mella en mí caminar sin rumbo.
Pesimista y conforme, pensé que no habría vuelta de hoja, me incorporé como pude y lentamente apresurado, me dirigí a la puerta, la cual se hallaba asegurada por una tranca de cedro. Con mis manos temblorosas fui abriendo poco a poco aquel momento de la realidad.
¡Qué alegría! Mi pueblo aún estaba allí, estampado en un hermoso paisaje natural, con los guardianes montañosos del Miramundo, La Granadilla, del Duraznal, San Nicolás, Tizaquín y al fondo, el majestuoso cerro de Montecristo coronado de densas nubes. Una tenue neblina refrescaba todo el valle de aquel amanecer. Frente a mí se podía apreciar la antigua y majestuosa iglesia de Santiago y la casa de los Recinos, y conforme escudriñaba cada espacio natural y ambiental, pude recordar el Turicentro la Planta, la Cueva de Las Minas, el Cerrito de Morola, el parque Chatún, el rio de Atulapa y los Espinos y otros caudalosos ríos que circundaban orgullosos la monumental Maravilla del mundo: la Basílica de Esquipulas, que con su Cristo Negro fortalecían la esperanza del vivir diario de quienes agobiados le visitaban y veneraban devotamente. Todo aquello parecía una obra preciosa del arte pintoresco del inigualable Maestro Mario Salazar Grande.
-¡Aaaahhhh!, que tiempos aquellos, ¿Cuándo volverán?
Mis mejillas formaron sus camanances de alegría; mis oídos se afinaron por un momento al escuchar por primera vez la dulce melodía del chonte bobo, el canario y el clarinero relajero. Mi alma se sintió tan inspirada y vino a mi mente la blanca palidez, expresión sublime del saxo soprano Jorge Villeda y el canto de mi Guatemala, con la inolvidable concertina del Profesor Beto: … “Es mi bella Guatemala el gran país…laralara… “
Conforme me exponía al tibio sol, el paso ruidoso de un grupo de abejorros que cruzaron sin permiso el patio de la casa, me recordaron la presencia de la Caravana del Zorro. El gallo bullanguero con sus gallinas hacendosas, cacareó al verme, como saludándome. El murmullo de las frescas aguas del río Tepoctún, llegaron a mis oídos.
Sentí por primera vez el rayo del sol que acariciaba sin cesar mi rostro reseco y pálido, ni siquiera intenté taparlo, era tan hermoso aquel momento. El aire fresco y juguetón de aquella fresca mañana parecía tan infantil y gracioso. Me miré, investigándome profundamente. Luego de un breve silencio, sentí nuevamente _como una recompensa_, una metamorfosis, descrita por Juan Pablo Espino, que me entregaba la llave del umbral para hacer el clic en lo profundo de mi pensamiento, abriendo paso hacia un mundo que ocultó mi realidad por muchos años de tristezas.
Torpemente decidí encaminarme hacia el parque de la Marimba de mi pueblo, como siempre lo hacía, lento y presuroso, todas las mañanas. Traté de alcanzar las bancas que adornaban su plaza, la cual se hallaba oxigenada por árboles frondosos de toronjo y matiliguate, de flores blancas y moradas y el maravilloso palo de hormigo que hacía recordar el son chapín y la chirimía que clamaban los llantos indígenas de nuestra tierra arrancados por aquellos terroristas españoles que olían a muerte.
El paso de don Chus Cáceres y don Juan Duarte en sus briosos corceles, me recordaron la feria de mi pueblo, con su desfile hípico, sus moros y bullangueros desfiles de muchachos y muchachas que madrugaron para darle realce a la fiesta, haciendo tronar aquellos redoblantes y bombos; los cohetes y sonar de campanas anunciaban las aves Marías en la colonial parroquia Santiago.
No dejaba de sonreír, no lo podía creer; estaba allí sentado en aquellas bancas del parque de mi pueblo, donde siempre, inconscientemente lo había estado. Frente a mí, el sol me sonreía con su fulgor, la gente que antes parecía indiferente, me saludaba con gestos y actitudes amables.
-¡Buenos días! señor
-¡Buenos días!
-¡Gusto en verlo!
-¡Igualmente!
Cada momento me tocaba el cuerpo y me pellizcaba, parecía que todo era un sueño.
Sin darme cuenta mi vida había cambiado, ya no me sentía el hombre de ayer, realmente ya no era yo, el yo que siempre creí ser, ese yo que vivió en la muerte, en la oscuridad, en la vergüenza, en la basura, en las humillaciones, en lo más oscuro de este mundo. Por fin, el Huracán que advirtió el Prof. Alfonso había pasado. Los estragos habían hecho lo suyo.
¡Ah, mi pueblo!, ahora lo recuerdo, fue esa fotografía de Jorge Villeda colgada en mi cuarto y los Presagios de Edgar Mata, que me hicieron remontar hacia aquellas interesantes historias que don Vitalino Fernández, don Albino Gómez, don Carlos Muñoz y las ocurrencias del Gran Maestro de Música, Tío Lalo, que con tanta sal y pimienta exaltaban con grandezas en sus programas sabatinos aquellas anécdotas maravillosas de mi pueblo.
Ahora comprendía el verdadero sentido de vivir. Mis ojos parecían tan despiertos, mi mente tan lúcida, mi sonrisa tan abierta y sincera. Entonces me di cuenta que estaba vivo.
Mientras apreciaba con extrañeza el esplendor de aquella maravilla ambiental y humana y experimentaba aquella dulce metamorfosis, un niño de escasos 7 u 8 años de edad, corrió presuroso hacia mí _ movido quizá por la curiosidad de mí presencia, así lo pensé_ se acercó sin miedo- y por un momento, vacilé…
-¿Será que es conmigo? ¿No se habrá equivocado? … Luego, tomó mis manos temblorosas y con aquella sonrisa angelical, colocó un libro sobre ellas, que al parecer estaba demasiado usado y viejo. Mientras lo hacía, no dejaba de contemplarlo, estaba tan maravillado de aquel momento, que quise convertirme en un poeta del amor como César Paiz,; levantarme y hacer activar aquel momento con juegos, malabares y mímicas como lo hace el grupo Aventura o tal vez podría exaltar la obra de Dios con la grandiosa voz del Prof. Tony Velado y Víctor Ventura.
La emoción me embargaba en aquel momento, la sangre subía y bajaba aceleradamente, dentro de mis venas. Aquellas suaves manos infantiles, me hicieron recordar, la sencillez y fineza de la madre Victoria de la Roca, a quien, el miedo se la robó; su sonrisa humilde y bondadosa, semejabba a doña Narcy de Pérez, aquella mujer ejemplo de caridad y amor al prójimo.
-¿Un niño? Me pregunté ingenuo, extrañado y dudoso.
–Maestro, ¿Podría leerme un cuento? Suplicó aquel infante sin vacilaciones.
Aquella, fue una súplica inesperada que no podía negarse; me recordó entonces a Chentío, un personaje que ha hecho historia en mi pueblo, por su sencillez y humildad, por su carisma de bondad y servicio por su amistad sin límites, virtud que siempre lo ha identificado. Aquel momento no dejaba de estremecerme y suspirar de nostalgia, sentí que una corriente eléctrica recorrió toda mi médula espinal y me electrocutó un instante. Quise llorar, pero no pude.
En mis adentros, tañó fuertemente la palabra “Maestro”. Y sentí morir de alegría o tal vez de tristeza. ¡No sé! ¿Acaso era en verdad un Maestro?
Bullicios y carcajadas escolares cruzaron mi mente atrapada en la muerte, me pareció encontrarme de pronto, con las sabias lecciones de moral y concepciones de la vida, de aquellos labios tan tiernos y dulces de María Isabel Martínez _ seño Chave _, en las aulas del Colegio La Asunción. Las nobles enseñanzas de tantos maestros y maestras como: Seño Lucinda de Argueta, seño Noemí, el prof. Chalo, seño María Amézquita, Alicia Jiménez y tantos más…y así mi mente revoloteó por aquellas inolvidables aulas de mi escuela Pedro Arriaza Mata. Vino a mi mente la grandiosa historia de mi padre José Luis Guillén que a sus doce años de edad adquirió el título de Maestro con sus primeros tres alumnos, tan pequeños como él.
Sentí girar por última vez esa llave del umbral, que cerró también mi historia pasada refundida en el baúl de los recuerdos.
Tembloroso, levanté el libro y en un esfuerzo visual, enfoqué su pasta arrugada y presuroso lo abrí y con ojos desorbitados busqué el índice, como si conociera aquella estructura literaria; fui hojeando el texto, lento y mentalmente leía uno a uno los borrosos títulos que hacían referencia a Cuentos de Tierra Adentro, El Sapo que quería ir al cielo, del escritor Juan Pablo Espino, mas abajo leí: Cuentos que Alimentan, Jorge Ubico en Esqupulas del Lic. Israel Pérez, Las Andanzas de un Mutero del Prof. Jorge Arquímedes Manchamé, Celajes del ocaso de seño Chave y así sucesivamente fui deleitándome de todos los títulos tan interesantes de cuentos, historias y poesías y manifestaciones de realidad y fantasías que muchos escritores esquipultecos habían dejado palpado en aquel hermoso texto tan bien redactados y editados, gracias al trabajo de revisión del especialista en gramática y literatura el Lic. Daniel de Jesús Leiva. La expresión escrita que se interpretaba era tan elocuente y tan especial como solo lo podría hacer la Profa. Argentina Vidal, seño Milita.
Mis ojos se llenaron de lágrimas saturadas de alegría y emoción. Mientras sucedía aquel acontecimiento entre el niño y yo, pude percibir a Nicolás Rodríguez y Walter Guerra, que no quisieron perder por ningún motivo aquel momento tan pedagógico, y afanosos buscaban todos los ángulos perfectos para dejar plasmado en una fotografía en sus página web de Esquipulas.com,gt y nuestraesquipulas.com,gt, aquella maravillosa escena que sería parte de la historia.
- ¿Por qué no? Le contesté, en una reacción retardada, mientras acaricié su rostro, pues me encontraba preso por aquel momento y aún me resistía a despertar.
Y fue así como después de aquel acontecimiento inesperado, sentí como las fuerzas de MUCHUQUIL y SANTIAGÓN, se apoderaron de mi voluntad y decidí sin ruegos, ni vacilaciones levantar la cabeza y enfrentar la vida como siempre tuve que haberlo hecho.
Desde entonces he ido mochando las hojas secas de mi pasado, y he esperado con ansias los retoños que con esperanza busquen beneficiar la vida de los demás y la propia. Con ello, dejé de ser el indiferente, el insensible, el apático, el engreído, el orgulloso, el patán, el mentiroso, el mediocre, el hipócrita, el rebelde y el necio.
Ahora había decidido sumergirme en el mundo de la educción, nuevamente sentía el llamado más humilde y responsable, el llamado a ser
“ MAESTRO “
Autor: Prof. Luis Antonio Guillén Girón