-Shhhhhhhh... Shhhhhhh...
Sus calles, ríos de lamentos con piedras que escupen tormentos, por la brisa fogosas de frìa sangre que somatan en sus rostros arrugados y polvorientos. El silencio es tan ruidoso, tenebroso y macabro que aquellos senderos de la colonia, parecen el averno.
Las noticias como palomas mensajeras que madrugan no mas canta el gallo chingòn que tortura con el insonmio el sueño de los vecinos que se espantò con la muerte y que a primeras horas comentan:
-¿Oyeron anoche, muchà? ¡Que se murió no se quien,! ¡que se lo llevaron, que lo mataron, que lo asaltaron, que la violaron, que le robaron, que le pegaron, que lo jodieron, que lo arrastraron, que lo colgaron, que lo…! Shhhhh....¡Imagínese, usted! Tanta chingadera nocturna.
-¡Ay, mis hiiiiiijos!,
-¡Va, solo eso faltaba! ¡La Llorona, usted! Brincos y brincos del mentado Cadejo y las melodías enamoradas del Sombrerón pusieron los pelos de punta a todo el vecindario. Dizque era grande, que era chiquito, que era como mono, o como cochito, parecía trompudo, o tal vez cornudo, ¡Va, quien sabe!.
Como dicen por allí: “el pecado que florece desde la infancia, las ratas apestan a muerte, las zorras y comadrejas no dejaban sus malas costumbres y son asechados por los hambrientos coyotes como feroces emisarios de la muerte, rondean aquellos caminos.
Vehículos polarizados en altas horas nocturnas estremecen a todo el vecindario, son los hijos del diablo, y de la muerte, los emisarios.
-¡Ay no, usted! Mataron a fulano, también a mengano, y que también a don Mariano, se llevaron al niño, y al otro también Y ¡al viejito!, ¡por dormido, usted!. No hay sosiego, parecen gatos ariscos y avispados a cualquier ruido o movimiento. No comen, no duermen, no rien, mas gritan de nervios, o saber que...
-Y ¿los cristianos, pues?
-¿Cuáles? ¡No hay, usted! ¡El tal Cristo, se fue!, nadie lo tragaba y nadie le daba.
-¡Ahh!
La luna tiembla cuando llega su día, los perros aúllan, y los gatos mueren en tristes agonías; los tejados rechinan del miedo de la noche, mientras la brisa se vuelve tan silenciosa y terrorífica, llevando olores que apestan a muerte.
-¡Miren! Allá va doña Fide, lleva en sus manos un par de candelas benditas y un rosario en el pescuezo; y don Laureano todavía alcanzó llevar sus rajas de ocote y un poco de agua bendita, por si las moscas, pues en su casa le cortaron la luz por no pagar el impuesto.
-¡Bueno!, y no dicen ¿que fueron las maras, pues?
-¡Por eso, doña Pancha, no le digo pues!
-¡La pobreza, usted! ¿o nó?
-¡Vaah! ¡No digo, pues! Usted no entiende ¡El chantaje! ¡El Chantaje!¡Eso fue!, ¡jú!
-y, ¿La autoridá, pues?
-¿Esa?, qué va!, parecen zopilotes, viendo que mierda cachan. ¡No mira, usted pues! Se pelean por los huesos y migajas que los emisarios les dejan,¡los verdes, pues!
-¡Miguelito, Miguelito!, ¡apuráte, patojo de mierda!, ¡no ves que se está haciendo de noche!
-¿Y, los zopes? ¿Aquí duermen, usted?
-¡Apiádate de mí, papachús, y también María! Pues no sabemos, si habrá, pa’ nosotros, un nuevo día.
Por la mañana, el niño contento se va para la escuela, pero antes le da a su abuela un papel que halló pegado en la mesa que decía:
Perdone mamá que no me despedì, me agarró la tarde, me fui al trabajo; pero no se preocupe, salí acompañado de Dios, si no regreso, es que me fui con él. Los quiero mucho, hay le encargo, a mi patojo y... mi santa muerte.
-¡ijuela…!
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