De pronto se despertó asustado y su rostro reflejaba miedo; jadeante como perro de juida, experimentó una terrible pesadilla.
Se encontró en un hermoso castillo, de esos de la Edad Media, con sus paredes de piedras y sólidas habitaciones imperiales iluminadas con candelabros míticos que desparraman la cera como lágrimas de tanta represión cristiana y del reinado. En sus ambientes tan fríos, se apreciaban anchas y suaves camas, típicas de reyes y herederos.
Durante su recorrido se apreciaban amplios salones y jardines colgantes, custodiados por guardias de metal. El ambiente retumbaba de una inmensa orquesta de pajarillos de mil colores. Muchos sirvientes con hermosos trajes que se desplazaban por aquel lugar llevando tremendas viandas de manjares y suculentas comidas, le reverenciaban a su paso. Los pasadizos en medio de los jardines de flores extrañas y hermosas, también estaban construidos de piedras y a sus costados hermosas esculturas de grandes personajes griegos y romanos. Al virar hacia la derecha, se topó con un salón muy especial. Un señor y una señora vestidos de manera abultada, se hallaban sentados frente a frente en una larga mesa de madera finamente terminada, donde parecían inalcanzables el uno con el otro, devorando grandes pedazos de carnero asado y deliciosos manjares, mientras salpicaban el aire de saliva de tanto griterío. Unos muchachos: un varón y una hembra, forrados de grasa, glotones y groseros, se hartaban como fieras, las apetecidas viandas que yacían asustadas sobre bandejas de oro y plata, a un costado de aquellos señores que con su bla, bla, alborotaban y contaminaban el ambiente.
El vino era abundante y exquisito, chorreaba escapando de aquellas mandíbulas de animales grotescos. La bulla de diálogos gritones, resonaba la acústica de aquel espacio sagrado, de tal modo que se hacían insoportables rechinando en sus oídos infantiles. Asustado se había arrinconado en aquel retumbante salón, atrincherado con sus manitas temblorosas, trataba de disminuir los sonidos apretando fuertemente y cerrando sus ojos. En sus delirios depresivos, y pesadilla interminable murmuraba:
-“Esas grandes comidas, manjares, flores, animales, los trajes, las fiestas, la guardia, ¿De dónde tanta riqueza?...Dios mío, ¡Socórreme! ¡No lo soporto! Crujió su grito al cielo y un trueno chispeante le hizo pedazos la pesadilla. En un abrir y desorbitados ojos, se había incorporado de su dura cama. Tocó su cara con sus sucias manos y tembloroso buscó la realidad de su sueño y se dio cuenta de que todo había pasado. Dándose un buen estirón, acomodó sus viejos cartones y su almohada imaginaria (un duro suelo) se pegó a su piojosa cabeza para volver a dar paso a un nuevo sueño…así, sucio, hediondo y tiritando de frío, se fue quedando dormido sobre aquel espacio tan duro; la mañana abrió sus brazos para arrullarlo con un canto de cuna de la maravillosa orquesta natural de la aurora, acompañada del bullicio maquinal…y
Una muchedumbre hacia presencia en esos momentos, por aquel atrio de los lamentos:
-¡Tenemos hambre! ¡Queremos paz! ¡No más injusticia! ¡si a la igualdad!
Una muchedumbre hacia presencia en esos momentos, por aquel atrio de los lamentos:
-¡Tenemos hambre! ¡Queremos paz! ¡No más injusticia! ¡si a la igualdad!
¡Justicia, justicia, justicia!...
No hay comentarios:
Publicar un comentario