… y se dio cuenta que estaba envejeciendo, su mirada se reflejó penosamente ante aquel espejo sintiendo que una voz le gritaba en sus adentros: “¿Qué has hecho?, ¡dímelo!
Pero él, no respondió. Volvió su mirada al suelo y contempló sus viejos zapatos.
Silencioso, su boca reseca y quemada, diluyó forzosamente nada, y en un resentimiento rasgado arrugó sus ojos para dar paso a una insípida lágrima que recorrió su agrietada y negra mejilla, perdiéndose en su espesa barba apestada a guaro y nicotina.
Encendió una colilla de cigarro y tembloroso se acomodó su vieja chaqueta con fragancia a orines secos, colocó su roto sombrero en su cabeza, y cabizbajo arrastró sus pies hacia la puerta que da a la calle y se marchó para perderse en la soledad sombría de aquella noche sin luna para nunca volver.
-Bu, bu, bu, el tecolote le siguió con mirada de asombro.
-¡Papi, papi, despierta! Le sacudió con fuerza su hijo menor quien se disponía partir al colegio.
-Ummm. ¿Qué pasa mi’jo? Contestó adormitado aquel hombre.
-Papi, dame pisto, ya me voy a la escuela, solicitó el niño extendiendo su mano.
-¡Aah! Buscá en mi pantalón, ¿acaso, no sabes?
Y el niño se despidió contento dándole un beso a su padre, quien aún adormitaba de tan extraño sueño.
Se sentó y presuroso buscó sus zapatos. Les echó una ojeada y luego se dirigió hacia el baño para hacer sus necesidades. Mientras tanto, observaba pensativo, sentado en la taza del sanitario, el espejo que estaba arriba del lavamanos. Una voz le sacó de aquel momento divago.
-¿Donde estás, viejo? preguntó su esposa, quien le buscaba por su cuarto.
Aquella palabra le dio escalorfrío, pero entibió su entorno con una sonrisa de payaso.
-Aquí estoy, respondió, apretando el tiempo.
Se sentó y presuroso buscó sus zapatos. Les echó una ojeada y luego se dirigió hacia el baño para hacer sus necesidades. Mientras tanto, observaba pensativo, sentado en la taza del sanitario, el espejo que estaba arriba del lavamanos. Una voz le sacó de aquel momento divago.
-¿Donde estás, viejo? preguntó su esposa, quien le buscaba por su cuarto.
Aquella palabra le dio escalorfrío, pero entibió su entorno con una sonrisa de payaso.
-Aquí estoy, respondió, apretando el tiempo.
Autor: Luis A. Guillén
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