-“Febrero 04 del año 1999.
Estoy recostado sobre mi apestosa cama. El olor nauseabundo a orines y ropa sucia me tortura constantemente sin piedad. Experimento la peor etapa de mi vida: la vejez, la soledad y el abandono. Los vecinos allá afuera argumentan que estoy demente. Quisiera poder salir y gritarles que ¡no es cierto! Solo es cosa de la mentada muerte.
A un costado de mi lecho, se encuentra una ventana toda sucia y empolvada, con sus dos puertas de madera con vidrio, asegurada con unos barrotes de hierro que hacen de mi cuarto, una perfecta celda. Un pedazo de cortina vieja, la medio protege contra los rayos solares. Sobre mi mesa, una candela está a punto de morir después de tanto ardimiento nocturno.
Son las 5:00 am., el gallo del vecino me lo ha anunciado. Me siento un poco agotado y aturdido por la intensa tos y fiebre que me torturaron casi toda la noche. Aún así, puedo sostener mis ojos abiertos. Un portarretrato casi inservible, sostiene la foto arrugada y amarillenta de mi pequeño Manuel. Es mi dulce compañía, mi esperanza, mi alegría; él siempre está allí, mirándome fijamente; un sonido leve parece escucharse, pareciera su voz o tal vez un arrullo para su padre. Mientras tengo vida, le observo detenidamente. Se ve tan feliz, con su trajecito nuevo.
Recuerdo su primer cumpleaños, todo el ambiente estaba repleto de alegría y color: niños y niñas corrían, gritaban, jugaban y se divertían con la música de Cri-cri, el grillito cantor, mientras algunos reventaban afanosos la piñata de alambre y papel de muchos colores topada de dulces y sorpresas.
Una hermosa joven repartía sonrientemente los deliciosos platos de pastel con sus tostadas de frijol con queso seco y salsa, acompañándolos con un rico fresco de horchata. ¿y, yo? Ummm…Como siempre, me hallaba pegado como un estúpido perfecto junto a una botella de whisky, haciéndola de payaso, aparentando felicidad de aquel alboroto, pero sabía, que no era cierto.
-¿Cuál fue tu deseo, Manuel? ¿Recuerdas, que te pregunté?
No me contestaste, pues aún tus pensamientos divagaban en el espacio azul del infinito, como el águila, disfrutabas tu libertad pura.
Y yo mientras tanto, me consumí en aquella porquería de líquido, y llegó la noche y la madrugada, y entonces desperté en este sufrimiento que ahora vivo. ¿dónde están, todos?...