Una mañana, mientras el rey sol se disponía a remontar vuelo majestuoso sobre aquellas frondosas montañas, una atevida florecita se dispuso acariciarlo y coquetearlo, abriendo sus hermosos pétalos como queriendo abrazarlo con tanto furor.
Un pícaro gorrión que apreciaba aquella escena de amor, se precipitó de inmediato sobre aquella extasiada flor, para besarla y robarle su exquisita fragancia. Un rocío también observaba aquel suceso, y celosamente se dejó caer sobre aquella adormitada flor que se hallaba eclipsada con los tibios rayos del sol y el embrofllado gorrión que no dejaba de besarle ni un momento.
La florecita se sobresaltó al sentir el frío toque de aquel celoso rocío, sacándola de aquel trance amoroso, y muy risueña, dejó escapar su primera fragancia que llenó de alegría aquel andurrial de primavera. Las aves, insectos y demás criatruras, iniciaron así sus faenas del día, con tanto dinamismo, respondiendo así al llamado de la perfección divina.
La orquesta natural de ruiseñores y canarios, dio la bienvenida a aquella fresca mañana, augurando con ella un clfima de paz y tranquilidad para todos y todas.
Mientras tanto, un niño lloraba de rodillas ante una aplastada flor que erroneamente se le había cruzado en su camino, terminando para siempre con aquella belleza orgullosa y pasajera.
-¿por qué nació aquí en medio del camino? se preguntaba tristemente.
Y dicen que desde entonces se ha propuesto sembrar bien sus ojos donde pisa, pues de repetirse el problema, no se lo perdonaría jamás. Sus sentifmientos, ideales y demás alcances serían vanos, no tendría ninguna esperanza de lograrlos.
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